Mas de improviso, el orto lanzó de sus umbrías fuertes y cenicientas masas, un haz dorado; y el cielo, en un instante vivo y diafanizado, se abrió en un prodigioso florón de pedrerías.
Los lilas del Ocaso se tornan oro mate; pero aún conserva el agua su policroma veste: sutiles gasas cremas en brocatel granate.
Hay una gran ternura recóndita y agreste; y el lago, estremecido como una entraña, latebajo la azul caricia del esplendor celeste.
Luis Q. Urbina
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